sábado, 25 de mayo de 2013

De mi paso por "Increíbles"

Ayer se emitió el último programa de "Increíbles – El gran desafío" en Antena 3, y ahora me apetecía escribir un resumen de la experiencia. No obstante, es sábado, hace día de playa y el tiempo que pueda estar delante del ordenador este fin de semana será para cosas del trabajo. Pero bueno, antes de que cese todo el ruido de fondo (que no es poco), hay varias cosas que quiero comentar en espera de redactar algo más extenso.

En primer lugar, quiero destacar que los concursantes sabíamos desde un primer momento que éste sería un programa en el que participarían adultos y niños con pruebas de lo más heterogéneo, que serían sometidas a la votación del público. Se puede estar más o menos de acuerdo con este planteamiento, pero una vez aceptado, no hay queja que valga y por tanto Marcos Benito es justo vencedor. Admito que yo cambiaría algunas cosas del formato (ya explicaré mi punto de vista más adelante), pero creo que difícilmente se podría hacer mejor un programa de estas características, que además ha funcionado razonablemente bien en pantalla.

En segundo lugar, a pesar de haber quedado como finalista, no me considero (en absoluto) mejor, ni más inteligente, ni más "increíble" (sea lo que sea lo que eso significa) que el resto de los concursantes que, por un motivo u otro, se quedaron por el camino. Adultos como Paco Páez, Álex Olleta, Fran Parrado, David Cantalejo y Antía Martínez, amén de niños como Unai Azaceta, Nisha Belani o el propio Marcos (por citar sólo a algunos), me hicieron sentir muy pequeño, en ocasiones como un intruso. Por ello, puedo afirmar sin titubeos que mi llegada a la final sólo fue consecuencia de las virtudes y deficiencias del mismo sistema de votaciones que luego me hizo perderla. Así pues, nuevamente, no tengo nada de lo que quejarme y sí mucho que celebrar.

Finalmente, quiero decir que sólo estoy orgulloso de la segunda prueba que hice (la de descifrar los códigos QR) y del tiempo que invertí en comprender cómo podía resolver la primera (la del cuadrado mágico). Una vez que di con la clave, no me parecía una prueba demasiado complicada –podéis encontrar una explicación bastante acertada en Zurditorium, donde en su día dejé un par de comentarios. Y bueno, la tercera prueba (la de dar con el resto de dividir números de matrículas entre 9) era, por qué no decirlo, una poca m..., pero lo cierto es que no tuve tiempo para preparar nada mejor. Los motivos fueron tres: que se nos avisó de que podríamos tener que hacer una tercera prueba con muy poca antelación (apenas un par de semanas), que por entonces acababa de ser padre (¡yuju!) y que, además, estaba hasta arriba con las obligaciones del trabajo (hasta el punto de no haber pedido siquiera el descanso por paternidad).


Ojo, que todo esto no quita que esté encantado de mi paso por el programa, que ha sido una experiencia grandiosa. Además, he conocido a mucha gente interesante con la que me gustaría mantener contacto, al tiempo que estoy recibiendo un auténtico aluvión de mensajes con muestras de cariño e incluso admiración de todos los puntos de España, de conocidos y desconocidos, de familiares, amigos y alumnos... A todos ellos les digo: ¡un millón de gracias! Este tipo de sensaciones, con el paso del tiempo, terminan valiendo mucho más que los 30000 euros del premio final.

A lo largo de las próximas semanas iré publicando más entradas sobre todo esto, incluyendo disecciones de las pruebas que he realizado. Porque incluso la tontería de la última prueba tiene su ciencia y su utilidad, ya veréis.

domingo, 19 de mayo de 2013

Ampliando horizontes, liquidando prejuicios

Mi trabajo en la Universidad de Vigo –como el de la mayoría de los compañeros– tiene dos frentes: la docencia y la investigación. Por un lado, tengo que atender a las obligaciones derivadas de dar mis horas de clase, atender tutorías, plantear y corregir exámenes, preparar material docente, mantenerme más o menos al día en el estado de la tecnología, etc. Por el otro, puedo (y más me vale) dedicar horas a intentar parir ideas y desarrollarlas hasta donde sea posible, con vistas a contribuir al avance de la ciencia en alguna de las múltiples ramas de conocimiento relacionadas con esto de las telecomunicaciones. Es un trabajo genial para alguien que desde pequeño soñaba con enseñar e inventar cosas, por mucho que haya temporadas en las que tenga que enfrentar cargas de trabajo desbordantes –a menudo, por meterme en más fregaos de los estrictamente necesarios.

Yo venía sobrado de vocación, pero lo mejor de todo es algo con lo que no contaba el día que firmé mi primer contrato: la posibilidad de recorrer el mundo para aprender de quienes más saben (dondequiera que se encuentren), para conocer la realidad de otras escuelas y para presentar resultados de investigación en la esfera internacional (que es donde se puede valorar si las ideas de uno son realmente innovadoras). El caso es que un chico que hasta los 23 años no había ido allende las fronteras de Galicia más que para ir de excursión a Valença do Minho (literalmente, a tiro de piedra de España) o de periplo religioso con la familia a Braga (sólo un poco más al sur), diez años después puede presumir de haber pisado 17 países más y de conocer muchos más lugares de España y Portugal. Siempre (o casi siempre, vaya) me he desplazado por motivos de trabajo, pero el impacto de tanto viaje va mucho más allá de lo profesional.

Mi mapa de lugares visitados (en mayo de 2013, casi 100 ciudades en 19 países).
Desde luego, es un puntazo visitar universidades, centros de investigación y empresas de prestigio por distintas latitudes y longitudes (sobre todo longitudes, como se ve en el mapa de arriba) y comprobar que siempre te escuchan con atención e interés, que tienes algo que decir, que no eres del todo un pardillo. Pero, como apuntaba anteriormente, los viajes han traído consigo una evolución mucho más importante en mi persona, articulándose como el mejor antídoto para los muchos prejuicios que había mamado desde bien pequeño en la taberna de mis abuelos. Hoy no queda rastro de la misoginia, la homofobia y la xenofobia que predicaban aquellos personajes cotidianos que preferían pasar el tiempo entre cartas y copas de Soberano antes que dedicárselo a sus respectivas (en ocasiones, numerosas) familias. Tampoco de la soberbia y la altanería de aquella vieja que disfrutaba (y sigue haciéndolo) de humillar a quien tiene menos. Ni del egoísmo, la autocompasión y el victimismo propios de un hermano menor sobreprotegido. Por no quedar, no queda ni un ápice de religiosidad. Y me siento mejor que nunca, vaya.

Lugares como Kyoto, Londres y Luxemburgo me hablaron, cada una a su manera, de respeto y convivencia. Distintas ciudades y pueblos de Chipre y Ecuador me dieron lecciones de humildad y afán de superación, mientras que una semana en Atenas dibujó una postal de dignidad y estoicismo. Todo cuando conozco de Italia me sugiere alegría en medio del caos, mientras que ciudades del Este como Łódź, Cracovia, Zlín o Bratislava evocan historias de adversidad y supervivencia. Viena amplió mi capacidad de asombro en la misma proporción en que Dijon derribó mi mal concepto de los vecinos del otro lado de los Pirineos. Lisboa, Tampere, Helsinki y Bucarest me hicieron paladear la exquisita educación y preparación de portugueses, finlandeses y rumanos, tan distintos unos de otros pero siempre capaces de atenderte en una lengua que tampoco es la suya. En cambio, Estados Unidos, siendo primera potencia mundial en muchos apartados (incluyendo seguramente el de maravillas naturales), no consiguió inspirarme por su organización social nada mejor que lo que indicaba el título de aquella película de Terry Gilliam de 1998.

Repasando lo vivido en estos y otros lugares, no puedo evitar sonreír al recordar una escena de hace cosa de 20 años, cuando yo lloraba por el permiso para ir a una excursión y mi padre me decía (en perfecto gallego) "hijo, ya tendrás tiempo de sobra para viajar en el futuro". ¡Qué razón tenía, como casi siempre! Hoy, mi propia paternidad me pide pasar más tiempo en casa y menos viajando, pero desde luego espero seguir añadiendo marcadores al mapa en el medio plazo. A ver si cae alguna más por Latinoamérica, y las primeras por Asia continental, África y Oceanía.

martes, 14 de mayo de 2013

Apadrinando a una nueva hornada de telecos de Vigo

Aunque tengo un buen puñado de cosas que contar de hace algunos años, quiero dedicar la primera entrada del blog a una experiencia muy reciente que a efectos curriculares no tendrá ningún valor, pero que sin embargo he recibido como el mejor refrendo a la actividad docente que comencé allá por febrero de 2004.

Como todos los años por estas fechas, la Escuela de Ingeniería de Telecomunicación de la Universidad de Vigo está a punto de liberar una nueva hornada de Ingenieros, y resulta que los alumnos de la promoción 2008/2013 han tenido a bien escogerme como padrino de la misma. El viernes 10 de mayo se celebró el acto de graduación, donde tendría que pronunciar unas palabras desde un atril situado al lado de auténticos monstruos de la docencia, la investigación y la gestión. Pensé que la mejor manera de manifestar mi agradecimiento a quienes me pusieron allí sería currarme un discurso llamativo, más allá de las estrecheces del guión clásico del "me llena de orgullo y satisfacción …". Tras un par de tardes de preparativos, me tiré a la piscina con el guión que me proporcionaba la siguiente prezi:


Desde arriba, pude ver que las "gracias" a la vista, el regusto friki, los guiños dirigidos a los alumnos y los alaridos del final (ya me tarda ver el vídeo para avergonzarme de por vida) funcionaban más o menos como había esperado. Y al final del acto no llegó a mis oídos ningún insulto (más bien al contrario), por lo que quedé definitivamente libre del miedo de haber hecho un ridículo espantoso. Alguien habrá que se haya callado o mordido la lengua, pero ojos que no ven… En la prensa del sábado apareció sólo lo esperable (en la foto aparezco en la última fila).

Por la noche pude disfrutar de la cena con los chavales y de unos pocos bailes trastablillados, como dicta el estereotipo 'telequil'. El duende de la barra libre terminó de poner la guinda a la noche, endulzando mis sobrias orejas con elogios impregnados en alcohol. Lo cierto es que estuve muy a gusto, e incluso me llevo un puñado de consejos sobre cómo actuar de cara al mundo y cómo afrontar mi recién adquirida condición de padre en una familia cada vez menos atípica. Está claro que allí no había jerarquías, como debe de ser. En la siguiente foto soy el primero por la izquierda.
Ahora sólo espero que en las notas que todavía tengo pendientes de publicar no se me vuelva a escapar un nuevo suspenso para alguno de los presentes en aquella cena. Y si sucede, ojalá sigan sin tenérmelo en cuenta. ¡Un abrazo a todos!

PD: en cuanto tenga el enlace, añadiré el vídeo del acto.

Presentación

Bienvenidos a mi blog personal, donde pretendo hacer un volcado de ideas y vivencias que he ido acumulando durante los últimos años y que ya corren el riesgo de desvanecerse de mi memoria. Para consumo propio y de quien pudiera estar interesado, poco a poco iré añadiendo entradas relacionadas con experiencias personales, profesionales y televisivas, de esas que durante cierto tiempo surgen reiteradamente en conversaciones con conocidos y desconocidos.

Por cierto: el título del blog remite a una portada de "El Domingo Today" que me hizo reír durante horas en su día.